El pasado sábado 14 de enero, os recomendamos la obra No amanece en Génova, de la compañía
Trasto Teatro como cita curva de la semana. La que escribe se pasó por allí;
aquí os dejo mi impresión sobre la misma…
Siempre he pensado que el teatro es esa gran disciplina
inteligente, sensible y audaz capaz de vapulear al ser humano cuado éste sucumbe
ante los designios de un tiempo empeñado en el hundimiento y sometimiento del mismo.
El teatro siempre ha estado ahí, infatigable, señalando la alternativa ante
sistemas políticos o económicos esclavistas, ante sociedades corruptas y
fracturadas, ante la mirada inerte del que ha perdido la capacidad de asombro.
Fotografía: Daniel Pérez (Teatro Cervantes) |
El pasado lunes 23 de enero y dentro del programa de la XXIX edición del festival de Teatro de Málaga,
se representó No amanece en Génova,
de la compañía Trasto Teatro , dirigida por Raúl Cortés, autor y director de la pieza. Esta obra forma
parte de la
denominada Trilogía del desaliento (Contadoras de garbanzos, No
amanece en Génova y No es la lluvia,
es el viento), tríada que nace de la inquietud del autor por hacer mirar al
mundo hacia lo que acontece, por hacer regresar el arte a ese lugar de
compromiso ante la realidad; nace, en definitiva, de la inquietud por dignificar
el teatro y su lugar en el mundo. En No
amanece en Génova hay mucho de lo escrito. El Rey, interpretado
magistralmente por Salva Atienza, busca una razón que le permita dejar de
ejecutar de forma caprichosa y arbitraria, un único motivo que lo conduzca al
cese de ese estado de terror en el que sólo impera el horror, la decadencia y
la miserabilidad. Siquiera la fidelidad de su criado/verdugo, Oncetiros, al que
dio vida Ana Hernández, puede salvar al Rey de su delirio, quien se desvanece
entre los límites de su propia condición, entre las imágenes que su mirada le
devuelve; se deshace ante la dictadura que él mismo ha levantado con un sueño
en el horizonte: Génova. La Infausta, papel hecho carne por Nerea Vega, a ratos
mujer a ratos enemiga del que amenaza con ejecutarla -como a todos, como al
resto- es quizá uno de los personajes más interesantes al debatirse entre las
luces y sombras en igual dosis. Transitada buena parte de la obra irrumpe en la
misma, el poeta –el arte, el teatro-, interpretado por Pepi Gallegos, para
sacudir el horror con la luz de la palabra, para proporcionar cordura y sentido
común a una decadencia que se muestra perdurable.
Fotografía: Daniel Pérez (Teatro Cervantes) |
Esta obra puede ser analizada desde dos perspectivas, dualidad que
infunde a la pieza de un valor único, de una doble experiencia que conduce a No amanece en Génova a un estadio
superior a lo estrictamente teatral. La primera perspectiva, la que responde directamente
a la poética de la obra, quizá la más interesante y a partir de la cual nace el
personaje, la acción y el escenario –por emplear los tres términos básicos de
esta disciplina- es la reflexión en torno a la violencia, la inherente a la
condición humana; la otra perspectiva es la plástica, quizá la más contundente,
aquella que conduce el discurso de la obra a un nivel estético en el que el
espectador cobra una importancia relevante y fundamental al ser incorporado a
la pieza.
Fotografía: Daniel Pérez (Teatro Cervantes) |
Esa
primera perspectiva poética es la que permite el desarrollo de las acciones de
los cuatro personajes, en este caso fue en el vestíbulo del primer piso del
teatro Cervantes, y es en torno a la cual debemos buscar el porqué de dichas
acciones, por qué los espectadores forman parte de la escenografía; por qué los
silencios cobran tanta importancia. La violencia forma parte de nuestra condición,
por eso todos debemos participar de esa dictadura, de esa ejecución –también es
una advertencia, nuestra pasividad dentro de la obra puede ser reflejo de
nuestra pasividad en la sociedad-, y el silencio se transforma en eco gracias
al cual la violencia se transmite.
(Crítica
publicada en Mi Yo Espectador)
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